Se cumplen 17 años desde que el Tribunal Federal Oral N° 1 de La Plata condenó al cura Christian Federico Von Wernich por crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura. Con ese fallo, la justicia argentina dio por probada por primera vez la participación de miembros de la Iglesia en el plan sistemático de desaparición de personas perpetrado por el Estado Terrorista instaurado en el país a partir del 24 de marzo de 1976.
La sentencia dictada por los jueces Carlos Rozanski, Horacio Isaurralde y Norberto Lorenzo el martes 9 de octubre de 2007 encontró al ex capellán de la Policía de la Provincia de Buenos Aires culpable de todos los delitos por los que estaba acusado: siete homicidios, 31 casos de tortura y 42 privaciones ilegales de la libertad. El tribunal consideró que esos crímenes habían sido cometidos en el marco del genocidio ocurrido durante la dictadura.
Sentado en el banquillo, el cura -que había llegado al tribunal vestido sin sotana, esposado y con un chaleco antibalas- escuchó impertérrito su condena a prisión perpetua. En su alegato final, había ensayado una defensa basada en su condición de religioso: “En dos mil años de historia, ningún sacerdote de la Iglesia Católica Apostólica Romana violó los sacramentos”, dijo ante los jueces. Y agregó, como si hablara desde el púlpito: “Si queremos llegar a la verdad, hagámoslo con paz”.
Palabras en el mismo sacramental tono utilizó en una carta dirigida a los obispos y sacerdotes de la Pastoral Carcelaria publicada por el diario La Nación el 7 de agosto de este año, luego de que saliera la luz la visita -en vehículo oficial y sin cumplir las medidas de seguridad que se exigen para entrar en cualquier establecimiento penal- realizada el 11 de julio anterior por un grupo de diputados de La Libertad Avanza a la cárcel de Ezeiza para encontrarse con Alfredo Astiz, Antonio Pernías, Adolfo Donda y otros genocidas alojados en esa unidad.
En el texto enviado desde Campo de Mayo, donde cumple ahora su condena, Von Wernich defendió esa visita y acusó a quienes la denunciaron como parte de una operación para evitar que sigan cumpliendo sus condenas en la cárcel. “Les digo a aquellos que quieren instalar ´una nueva inquisición´ por esos hechos, que no podemos cambiar el pasado, que podemos recordarlo, pero no podemos quedarnos viviéndolo (…) Si nos quedamos en él, ese pasado nos dominará intelectualmente y nos llenará el corazón de recuerdos con momentos oscuros de odio y venganza que nos quitarán la luz de la esperanza y la paz”, escribió.
Además, comparó la visita de los legisladores, organizada por sacerdote Javier Olivera Ravassi, hijo de un represor condenado, con la labor pastoral que los sacerdotes realizan entre la población carcelaria y apuntó directamente al Papa Francisco. “He contemplado durante muchos años, al ayer Cardenal de CABA y hoy Papa Francisco cuando participaba en ‘el lavatorio de pies’ los Jueves Santo en penales con reclusos tanto en Buenos Aires como en Roma, obrando como lo hizo NSJ con los discípulos. Tengo la seguridad que no se le ocurrió pedir el legajo judicial con la causa por la que están detenidos, que no hizo ninguna discriminación política y procesal sino que actuó con el mismo sentido de amor y humildad que se vivió en ´la última cena´, obedeciendo al ´hagan ustedes lo mismo´, y finalizando, como lo dispone la liturgia, con el beso en los pies. No reprobó a los que lo invitaron, tampoco a quienes lo trasladaron hasta la cárcel”, casi pontificó.
En la carta, en cambio, Von Wernich no hizo mención alguna a la labor “pastoral” que cumplió él personalmente en las mazmorras del Circuito Camps durante la dictadura, cuando visitaba y participaba en las torturas e interrogatorios a detenidos desaparecidos e incluso intentaba “sacarles” información con falsas promesas.
Testimonios contundentes
El papel que jugó el capellán de la Bonaerense y confesor de su jefe, el coronel Ramón Camps, en la represión ilegal quedó claro en las declaraciones de más de cien testigos escuchadas durante el juicio realizado entre el 5 de julio y el 9 de octubre de 2007 en el tribunal que funcionaba en el antiguo Hotel Provincial de La Plata. Los delitos por los que se condenó a Von Wernich fueron cometidos en seis de los Centros Clandestinos de Detención y Tortura (CCDT): Arana, la Brigada de Investigaciones y la Comisaría Quinta (los tres en el Partido de La Plata), y en “Puesto Vasco” (en Bernal), el “Pozo de Quilmes” y el COT 1 de Martínez.
Los testimonios permitieron establecer sin sombra de dudas que el ex capellán de la bonaerense -por entonces de 69 años- había sido responsable de múltiples desapariciones y torturas, y coautor de los asesinatos de siete estudiantes de La Plata. Este último caso -conocido como el del “grupo de los siete”- tuvo como víctimas a los jóvenes Domingo Moncalvillo (hermano de la periodista Mona Moncalvillo), María del Carmen Morettini, Cecilia Idiart, María Magdalena Mainer, Pablo Mainer, Liliana Galarza y Nilda Salomone.
Un testigo clave de esos hechos, Luis Velasco, secuestrado junto a los siete pero liberado después relató que Von Wernich había presenciado las torturas a las que habían sido sometidos y que luego, haciendo valer su condición de religioso, intentó convencerlos de que colaboraran con las fuerzas represivas, a cambio de salvarles la vida. Al mismo tiempo, se puso en contacto con los familiares de los jóvenes para prometerles que los ayudaría a salir del país hacia Brasil y les pidió dinero “para que los chicos puedan vivir cuando se vayan”. Una vez obtenido el dinero, los siete fueron ejecutados.
Más de veinte años antes, en el Juicio a las Juntas, Von Wernich había mentido sobre el destino de los siete estudiantes. En su testimonio dijo que todos ellos “optaron por salir del país” hacia Uruguay y que él, “emocionado” por la decisión, los acompañó en dos grupos al puerto y al aeropuerto de Buenos Aires. “Los vi subir al barco, vi alejarse al barco”, había concluido.
Otro testimonio clave fue el del policía Julio Alberto Emmed, que lo ubicó como partícipe directo de tres asesinatos. “Los tiran a los tres sobre el pasto, el médico les aplica dos inyecciones a cada uno, directamente en el corazón, con un líquido rojizo que era veneno. Dos mueren, pero el médico da a los tres como muertos. Se los carga en una camioneta de la Brigada y los lleva a Avellaneda. Fuimos a asearnos y cambiarnos de ropa porque estábamos manchados de sangre. El padre Von Wernich se retiró en otro vehículo. Inmediatamente nos trasladamos a la Jefatura de Policía donde nos esperaba el Comisario General Etchecolatz, el padre Christian Von Wernich y todos los integrantes de los grupos que habían participado en el operativo. Allí el cura Von Wernich me habla de una forma especial por la impresión que me había causado lo ocurrido; me dice que lo que habíamos hecho era necesario, que era un acto patriótico y que Dios sabía que era para bien del país. Estas fueron sus palabras textuales”, relató.
“Pagar con muerte y tormentos”
En cuanto a la participación de Von Wernich en las torturas, numerosos sobrevivientes lo identificaron claramente. Uno de ellos, Luis Velasco, relató que luego de ser salvajemente picaneado se atrevió a preguntarle qué sentía presenciando cuando torturaban a una persona; la respuesta del cura sonó como un latigazo: “Nada, no se siente nada”, la respondió.
También recordó que el cura justificaba las torturas y las ejecuciones clandestinas: “Ustedes tienen que pagar por los daños hechos a la patria, con tormentos y muerte”, contó que le dijo en un momento. Von Wernich intentó sin suerte descalificar Velasco: “El testigo falso es el demonio, porque está preñado de malicia”, dijo refiriéndose a él. El testigo Rubén Schell también lo identificó como el sacerdote que lo interrogó y torturó psicológicamente durante los 102 días que permaneció en el centro clandestino de detención de la Brigada de Investigaciones conocido como “Pozo de Quilmes”.
En el transcurso del juicio, la Conferencia Episcopal Argentina se despegó del caso con un comunicado en el que señalaba que, si algún miembro de la Iglesia había participado en actos de “represión violenta”, lo había hecho “bajo su responsabilidad personal”. Sin embargo, un sacerdote que había sido testigo en el juicio, Rubén Capitanio, se pronunció en sentido contrario y apuntó a la responsabilidad institucional: “Ojalá no hubieran ocurrido delitos como los que cometió Von Wernich para no tener que hacer un juicio por ellos. Pero la realidad es la realidad y hay que asumir, como parte de la Iglesia, la responsabilidad que nos toca”, declaró.
Otro sobreviviente que lo reconoció en la sala de torturas es el ya fallecido director de La Opinión, Jacobo Timerman. De acuerdo con el testimonio de su hijo Héctor en el juicio, durante una de esas sesiones el capellán le sugirió al entonces jefe de la policía bonaerense, general Ramón Camps, que “habría que matarlos a todos”, refiriéndose a la condición de judío del periodista.
El ex capellán bonaerense negó su presencia y también quiso exculpar a Camps de haber torturado a Timerman. Lo hizo de manera extraña, donde volvió a mostrar la hilacha: “Que me digan que Camps torturó a un negrito que nadie conoce, vaya y pase… Pero ¡cómo iba a torturar a Jacobo Timerman, un periodista sobre el cual hubo una constante y decisiva presión mundial… que si no fuera por eso…!”, lo justificó.
Eso es lo que quiere dejar atrás para no seguir pagando por sus crímenes el cura represor Christian Von Wernich cuando desde su celda en Campo de Mayo reclama ahora la “reconciliación con un ejemplo de hermandad dando vuelta la página del pasado” y pide abrir “surcos de misericordia y reconciliación”.
Fuente: Daniel Cecchini – Infobae – La Nación