Atahualpa Yupanqui, artista fundamental de estrecha relación con Entre Ríos

El 23 de mayo de 1992 murió Atahualpa Yupanqui, artista fundamental para Argentina y Latinoamérica. Tenía 83 años. Su fallecimiento se produjo en la habitación de un hotel de Nimes, al sur de Francia, ciudad a la que había viajado para recibir un homenaje. El cantante se sintió “muy cansado” y declinó acudir al acto en su honor. En 60 años de trabajo continuo, Atahualpa -nombre aborigen que Héctor Roberto Chavero adoptó cuando ya tenía clara conciencia de su misión y destino- compuso más de 1.200 canciones criollas, con las que volvió a fundir la identidad de un pueblo allí donde sólo quedaban los restos fósiles de la invasión y conquista.

Había nacido el 31 de enero de 1908 en Juan A. de la Peña, Pergamino, pero tuvo una relación estrecha con la provincia de Entre Ríos.

Llegó por primera vez a nuestra provincia en 1931, cuando tenía 24 años. A caballo recorrió los caminos y se instaló frente al río, en pleno monte. Primero estuvo unos meses en Cuchilla Redonda, alojado por la familia Bauzá-Silva para luego seguir a Concepción del Uruguay. De allí fue a Rosario del Tala. “En el río Gualeguay me instalé, a una legua de Tala. Era un rancho típico, torteado de barro y cueros contra la humedad, en plena selva entrerriana. Salía a los caminos, recorría leguas, pero siempre volvía a mi rancho junto al río, escribió años más tarde. Con el tiempo, ese ranchito se convirtió en un montón de cascotes y fue un punto de atractivo cultural. Como se ubica cerca de lo que hoy es el balneario municipal ´Delio Panizza´, se facilita la visita al sitio”.

En su libro “El canto del viento”, Don Atahualpa dice: “Rastreando la huella de los cantos perdidos por el Viento, llegué al país entrerriano. Sin calendario, y con la sola brújula de mi corazón, me topé con un ancho río, con bermejos barrancos gredosos, con restingas bravas y pequeñas barcas azules. Más allá, las islas, los sarandizales, los aromos, refugio de matreros y serpientes, solar de haciendas chúcaras. Lazo. Puñal. Silencio. Discreción. Me adentré en ese continente de gauchos, y llegué a Cuchilla Redonda, desde Concepción del Uruguay. Llevaba un papel para Aniceto Almada. Y días después -hace ya treintaitantos años-, crucé por Escriña, Urdinarrain, y fui a parar a Rosario Tala. Era una ciudad antigua, de anchas veredas, con más tapiales que casas. Anduve por los aledaños hasta el atardecer, sin hablar con nadie, aunque respondiendo al saludo de todos, pues allá existía la costumbre de saludar a todo el mundo, como lo hace la gente sin miedo, o sin pecado. Al filo de la noche, penetré en la ciudad. La luz de las ventanas apuñalaba la calle. Algunos jinetes pasaban al galope. Busqué el mercado y entré a un puesto de carne. Almada me había indicado a un hombre allí: don Cipriano Vila”. Así describió Yupanqui a esta ciudad que aún mantiene viejas casonas centenarias de inmenso valor histórico. También es posible ver la fachada del viejo mercado al que llagara el artista.

“Don Vila cerró su puesto, quitóse el delantal blanco y se me acercó:

  • ¿Cómo le va, amigo…?
  • Bien, señor, le contesté.

El hombre sirvió un vaso de lucera y me lo ofreció. Bebí un poco y miré al dueño del puesto con gesto cordial. Al rato, don Vila sabía quién era yo. Pocas palabras bastaron”, agrega en la obra mencionada y apunta: “Don Cipriano Vila era de una sola palabra, como la mayoría de los entrerrianos. Una vuelta, me dijo:

  • Aquí le traigo un amigo. Confíe en él.

Y me presentó a don Climaco Acosta, un paisano menudo, vestido de negro, como recién enlutado”.

Sin duda alguna, Vila y Acosta ganaron un lugar preponderante en la memoria de Atahualpa Yupanqui. A ambos nombra en su canción “Sin caballo y en Montiel”.

“Pasé de largo por Tala, detenerme para qué. De poco vale un paisano sin caballo y en Montiel. Crucé por Altamirano, por Sauce Norte crucé, barro negro y huellas hondas como endenantes hallé. De recuerdos y caminos un horizonte abarqué. Lejos se fueron mis ojos como rastreando el ayer. Climaco Acosta ya ha muerto, Cipriano Vila también. Dos horcones entrerrianos de una amistad sin revés. Por eso pasé de largo, detenerme para qué. De poco vale un paisano sin caballo y en Montiel (…)”.

Un punto obligado para visitar en Tala es el Museo Homenaje de la Familia Ellena, donde se muestra una variedad de objetos relacionados con la historia de la comarca. Allí también está presente el recuerdo de Atahualpa Yupanqui; incluso hay una guitarra que le perteneciera.

Además de Rosario del Tala, Yupanqui conoció Basavilbaso, Escriña, Gilberto, Rocamora, Altamirano, Lucas González, Sauce Sud, Victoria, Villaguay, Crespo, La Paz, Feliciano. También tuvo amigos en Paraná. Uno de ellos fue Domingo Nanni, aunque menciona a otros como Eduardo Laurencena y Luis Etchevehere entre otros. Alquilaba una casa en calle Nogoyá y ganaba el sustento diario tocando la guitarra en algunos lugares no muy santos.

Su paso por Urdinarrain fue particularmente importante, ya que allí fue padre de Alma Alicia Chavero. Miguel “Zurdo” Martínez, reconocido guitarrista, cantor y compositor entrerriano, defensor de la obra yupanquiana, halló la partida de nacimiento que documenta lo expuesto.

Otro hecho que no es posible dejar de mencionar y que une a Yupanqui con Entre Ríos, es su participación en el alzamiento que los hermanos Kennedy realizaron en La Paz, contra el golpe de Estado realizado por José Félix Uriburu contra Irigoyen en 1930. Mario, Eduardo y Roberto Kennedy, descendientes de irlandeses, en 1932, cuando Irigoyen estaba preso en la isla Martín García, organizaron este movimiento contra el primer presidente de facto argentino. Fracasaron en su intento, y si bien la historia los olvidó, la memoria popular los trae a recuerdo de manera permanente. Exiliados y perseguidos, los Kennedy tomaron las armas con un único objetivo: recuperar la democracia. El historiador Felix Luna afirma que Yupanqui simpatizaba con el movimiento que pretendía devolverle la democracia al país, violentada en septiembre de 1930. De manera que el artista estaba entre los casi logran cambiar la historia.

Por estas cosas que narramos y otras tantas que también sucedieron, Yupanqui quedó unido a la historia popular de la entrerrianía.

Hay un trabajo titulado “Con Yupanqui y en Montiel. Rastreando sus huellas en Entre Ríos”, que escribiera el diamantino Víctor Hugo Acosta. Recomendamos su lectura para sumar datos de la relación de Don Ata con nuestra provincia.

“Pasé de largo por Tala, detenerme para qué. De poco vale un paisano sin caballo y en Montiel”.