Las cartas de San Martín a Artigas y López

San Martín tenía en su mente un plan que parecía imposible de realizar. El mismo era llevar la libertad a otros pueblos latinoamericanos. Para ello, entre otras cosas, debía contar con un mínimo apoyo del gobierno de Buenos Aires. Fue por eso que intervino directamente en la destitución del Primer Triunvirato y su reemplazo por otro, más cercano a sus ideas. También presionó para que se declare la independencia, algo de lo que los porteños no estaban decididos, ya que en su mayoría eran calculadores y por ende indecisos, más allá que ocupaban el gobierno.
En lo estrictamente militar, San Martín demostró de lo que era capaz en San Lorenzo, eliminando las intenciones españolas de incursionar desde el Río de la Plata hacia el Norte. Pero también acordó con Belgrano y con Güemes, ya que era necesario impedir de cualquier manera la penetración de los ejércitos españoles por el Norte argentino.

De esa manera San Martín podría dedicarse a lo suyo: cruzar los Andes, liberar Chile y el Alto Perú. Recordemos que Lima era el centro del poder español en América.

Pero también pretendía consolidar el frente interno de la Revolución en el Río de la Plata. Para ello había que poner freno a las luchas entre Buenos Aires y los caudillos de las provincias.

Dos de las cartas que San Martín enviara tocan de cerca de los entrerrianos, ya que en ese momento la provincia estaba bajo el poder de Artigas. Una de las cartas fue enviada, precisamente, a Artigas y la otra al santafesino López. La idea era convencerlos que la lucha contra España debía estar por encima de todo.

La carta enviada a Estanislao López decía: “Paisano y muy señor mío: el que escribe a usted no tiene más interés que la felicidad de la Patria. Unámonos paisano mío, para batir a los maturrangos que nos amenazan; divididos seremos esclavos, unidos estoy seguro que los batiremos. Hagamos un esfuerzo de patriotismo, depongamos resentimientos particulares y concluyamos nuestra obra con honor. La sangre americana que se vierte es muy preciosa, y debía emplearse contra los enemigos que quieren subyugarnos. Unámonos, repito, paisano mío. El verdadero patriotismo en mi opinión consiste en hacer sacrificios; hagámoslos, y la Patria sin duda alguna es libre, de lo contrario seremos amarrados al carro de la esclavitud. Mi sable jamás saldrá de la vaina por opiniones políticas. En fin paisano, transemos nuestras diferencias; unámonos para batir a los maturrangos que nos amenazan, y después nos queda tiempo para concluir de cualquier modo nuestros disgustos, en los términos que hallemos por convenientes, sin que haya un tercero en discordia que nos esclavice…”.

La misiva enviada a Artigas apuntaba: “Mi más apreciable paisano y señor: no puedo ni debo analizar las causas de esta guerra entre hermanos. Y lo más sensible es que siendo todos de iguales opiniones en sus principios, es decir, de la emancipación e independencia absoluta de la España. Pero sean cuales fueran las causas, creo que debemos cortar toda diferencia y dedicarnos a la destrucción de nuestros enemigos, los españoles, quedándonos tiempo para transar nuestras desavenencias como nos acomode, sin que haya un tercero en discordia que pueda aprovecharse de estas críticas circunstancias. Cada gota de sangre americana que se vierte por nuestros disgustos me llega al corazón. No tengo más pretensión que la felicidad de la Patria; en el momento en que ésta se vea libre renunciaré el empleo que obtenga para retirarme, teniendo el consuelo de ver a mis conciudadanos libres e independientes…”.

Respecto a Buenos Aires, San Martín tenía bien en claro que a los porteños les interesaba más imponerse a los caudillos provinciales que aportar a la emancipación del continente.

Por eso no asombra que Buenos Aires en un momento pretendieran que el Ejército de los Andes abandone la causa mayor para que intervenga en favor de Buenos Aires en la guerra civil.

Por supuesto que San Martín hizo oídos sordos a las pretensiones porteñas y desvinculó a su ejército del gobierno de Buenos Aires. Así cruzó los Andes y marchó al Perú, pasando por encima de las órdenes de quienes hacían el juego a España e Inglaterra.