Su preocupación no estaba en que sus obras cotizaran de manera muy importante. Eso fue así al punto que muchas veces las regalaba. Otras las malvendía porque tenía que comer todos los días. Más allá de esto, Roberto González, quien nació en Gualeguay el 9 de febrero de 1928, fue considerado por la crítica un artista importante.
En su ciudad todos lo conocían por “Cachete”, algo común en nuestros pueblos entrerrianos fijar un mote a cada convecino.
De oficio: artista plástico, de segundo oficio: mago destacado en los territorios del sueño y de la realidad, porque mago es aquel que sabe de mundos distintos y logra conjugarlos.
Aldo Pellegrini, en su libro Panorama de la pintura argentina contemporánea (1967), en el capítulo “Realismo social”, cita a Spilimbergo, Berni, Castagnino, Urruchúa, Policastro, y anota a continuación: “Pueden ser considerados en este grupo de realistas sociales dos artistas jóvenes, calificados, como casi todos los artistas de esta tendencia, por su excelente cualidad de dibujantes. Son Carlos Alonso (nació en Mendoza en 1929) y Roberto González (nació en Gualeguay, provincia de Entre Ríos, en 1928). Ambos artistas derivan, en sus últimas obras, hacia una figuración expresionista de tipo moderno que los haría clasificar en la denominada ‘nueva figuración´”.
Este artista entrerriano llevó el apellido de su madre, el padre lo abandonó antes de nacer. Su hogar fue pobre que se distinguía en la escuela primaria, pero su padrastro consideró que era necesario que trabaje, así que abandonó la escuela e hizo de todo para juntar algún peso.
De adolescente ingresó al Hogar Escuela San Juan Bosco, una institución en la que estudiaban y vivían muchachos pobres, sin familia o con problemas en la misma. Allí conoció a Roberto Epele, quien vio y alentó las cualidades que Roberto tenía para la pintura. Una cosa curiosa: Roberto jugaba al fútbol, era buen arquero. Racing intentó llevárselo, y la disyuntiva la planteó Epele: pintura o fútbol. El muchacho se quedó en Gualeguay a seguir con la pintura.
En 1950 viajó a Buenos Aires. Obtuvo luego una beca de la provincia de Entre Ríos para asistir al taller de Juan Carlos Castagnino. Estudió con Emilio Pettoruti, que sentía gran afecto por el alumno. Más tarde estudió composición con la escultora Cecilia Marcovich. En la Facultad de Filosofía y Letras asistió a clases de Historia del Arte a cargo de Julio Payró. En 1955 expuso por primera vez en su ciudad, en la librería de Ernesto Hartkopf. En 1957 obtuvo la máxima distinción en el Salón Mar del Plata. En 1960 es becado en concurso por el gobierno de Entre Ríos para hacer un viaje a Europa. En 1963 fue invitado a la muestra Juventud del mundo, llevada a cabo en el Museo de Arte Moderno de París. En 1967 fue distinguido con el gran premio de honor en el salón María Calderón de la Barca. Obtuvo el gran premio Fondo Nacional de las Artes en 1971. Ilustró una publicación titulada El mate (junto a pintores como Policastro, Castagnino, Berni), El barón rampante de Italo Calvino, Hombre al margen de Marco Denevi, Martín Fierro de José Hernández, Tucumán al paso de Enrique Wernicke, Sinfonía de la llanura de Hamlet Lima Quintana, La sonrisa de Hiroshima de Eugen Jebeleanu (junto a Laxeiro, Soldi, Carlos Alonso).
En 1993 organizó en Gualeguay la muestra “Pintura Argentina”. En 1996 fue designado padrino del IV Congreso de Artistas Plásticos de Entre Ríos, llevado a cabo en el Club Social de Gualeguay.
Sobre este artista hay poca información. Fue un grande casi olvidado, conocido por pintores y gente del ambiente, pero guardado, como para que no moleste, no con su arte notable, sino con su manera de ser.
Es que este artista tenía un gran desprecio por las cosas materiales, lo que resultaba y aún hoy resulta imperdonable para la inmensa mayoría de la gente.
Roberto González falleció en Buenos Aires el 26 de enero de 1998. Pocos días después hubiera cumplido 70 años.