Intentamos despedirla en su casa, la última vez que conversamos y dibujó “una esquina con palma que noviaba en el viento y que está siempre igual a través del tiempo”.
Quisimos despedirla aquel 19 de diciembre de 2006, en el Cementerio Parque Natural del Paraíso, después que las calandrias de Gualeguay repitieran la lluvia: “Ésta es la canción mía, la canción del que muere mordido de recuerdos, entre los árboles opacos de las avenidas”.
Nunca fue posible el adiós, porque Emma Barrandeguy se encargó de perfumarnos la piel hasta la eternidad, mientras volvía la espalda a las boleterías y hallaba solo “un rostro sin codicia, que conozca los árboles y el riego”.
Nació el 8 de marzo de 1914. Vivió 92 años.
En el periodismo, en la literatura y en los otoños más grises de la existencia, dejó profundas huellas de humanidad.
Cuando evocamos su diminuta figura y la grandeza de su pensamiento, ella se aparece, silenciosamente, a la tarde, cerca de Plaza San Martín, y nos confiesa su último secreto:
“Mi alma también está allí, en las calles de tierra que se apagan cubiertas de verde. En los floreros simples con rosas y malvones.
Mi alma también está allí.
Quisiera la ternura y las palabras del poeta.
Quisiera estar liviana de deseos.
Quisiera estar madura para el reencuentro con la infancia y con el cielo”.
Roberto Romani